PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo Misoginia y frustración sexual: la literatura tras el terrorismo incel Lit

Lit

Misoginia y frustración sexual: la literatura tras el terrorismo incel

H

Imagen: \'American psycho\', Mary Harron
 

Los incels no son monstruos crueles y excepcionales engendrados en foros ultraderechistas. Los incels podrían ser los hijos sanos del canon literario que ha glorificado la frustración sexual masculina. O al menos esto es lo que sostiene Erin Spampinato en un polémico artículo

Eudald Espluga

04 Junio 2018 15:59

Los incels no son monstruos crueles y excepcionales engendrados en foros ultraderechistas, ni son el resultado extremo de una reciente crisis de la masculinidad. Los incels son los hijos sanos del canon literario anglosajón que —de Hamlet a Entrevistas breves con hombres repulsivos— ha glorificado la frustración sexual masculina. Esta es la tesis que defiende la académica Erin Spampinato en un artículo publicado en ElectricLit y seleccionado por The Guardian como uno de los mejores de la semana. Defiende que las conexiones entre la misoginia estructural del mainstream literario y las subculturas violentas como la incel son sutiles, pero reales.

Su forma de leer las grandes obras de la literatura del canon occidental no es para nada simplista. Fija su mirada en la recepción de estas novelas, así como en el desigual acceso —de la escuela a las universidades— a las representaciones literarias de la furia masculina. "Fui entrenada para aceptar que la frustración sexual masculina era un serio problema", explica Spampinato. "Había leído cientos de páginas sobre ello antes de los 20". Y no sólo eso: los adolescentes están expuestos a todo tipo de fantasías masculinas sobre la violación, mientras que difícilmente se adentran nunca en la perspectiva femenina de la violación.

La frustración sexual de las mujeres no sería carne de Gran Novela Americana, no reflejaría un problema universal. Para ellas, sostiene Spampinato, el sufrimiento es una cuestión personal, íntima, patológica; para ellos, en cambio, es un símbolo universal que debe tratarse como un problema público. Incluso cuando dos libros tratan de lo mismo —por ejemplo, de la enfermedad mental— su recepción es muy diferente: El guardián entre el centeno se lee en los institutos porque habla de la condición humana, pero no La campana de cristal, porque es literatura intimista.

Sin embargo, El guardián entre el centeno —y la obsesión de Holden Caufield con Jane Gallagher— no es la única obra que glorifica la frustración sexual masculina. Para que el argumento "era un treintañero virgen y solitario" llegue a sonarnos remotamente como una justificación o explicación del por qué una persona decide atropellar a 10 personas en un atentado terrorista, como hizo Alek Minassian en Toronto hace un mes, el relato cultural debe ser mucho más fuerte.

Aunque se centra principalmente en la literatura escrita en el siglo XX, Spampinato se remonta hasta Hamlet y Historia de dos ciudades. Destaca especialmente obras como El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, o Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O'Brien, porque son obras que pueden leerse en la escuela. Pero la lista de autores que dedican un monumento literario a su torturada sexualidad son muchos: D.H. Lawrence, W. Somerset Maugham, Ernest Hemingway, Harold Pinter, Henry Miller, Saul Bellow, Vladimir Nabokov, John Updike, Norman Mailer, Bret Easton Ellis o David Foster Wallace.

¿Significa esto que la misoginia representada en estas obras debe leerse en un sentido literal, como invitación al asesinato de mujeres? No, por supuesto. ¿Significa que debemos dejar de leer estas obras por escenificar ideas misóginas? No, tampoco. Significa que no deberíamos leerlas sin ser conscientes de todo ello; sin atender a la desigual representación de experiencias, y su distinta aprobación pública. Entre American Psycho y el terrorismo incel no hay una relación directa de causa-consecuencia, pero sería ingenuo creer que la ira de los célibes no tiene absolutamente nada que ver con una cultura que ha elevado el no-follar de los hombres a problema universal y abstracto de la humanidad. Sólo entendiendo este sustrato tiene sentido que haya hombres —que incluso se hacen llamar intelectuales— exigiendo un derecho a la "redistribución del sexo".

share