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Artículo Odiada por ser muy bella, amada por ser la mejor poeta: al final, se convirtió en calavera Lit

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Odiada por ser muy bella, amada por ser la mejor poeta: al final, se convirtió en calavera

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Ono no Komachi es una de las poetas más célebres de la historia de Japón, pero casi no se sabe nada de su vida, la cual se ha reducido a un puñado de leyendas sobre su belleza y también sobre aquello en lo que se convirtió su temible cadáver

Luna Miguel

05 Junio 2018 10:09

Cuando lo único que se sabe de ti es que fuiste la más inteligente y la más bella, acaba la verdad y empiezan las leyendas. Eso es lo que ocurre con la vida de Ono no Komachi, que apenas se conocen unas pinceladas de dónde nació, a qué familia perteneció o cómo centenares de hombres se enamoraron de ella. Pero la vida, dicen, no es lo mismo que la obra, y mientras que las verdades sobre Komachi se desvanecieron, las certezas que quedaron fueron sus pequeños y mágicos poemas. O lo que es lo mismo: lo único verdadero de Komachi tantos siglos después de su misteriosa existencia, es el torbellino fresco y florido de su inteligencia.

Porque Ono no Komachi siempre observó las flores: ellas eran las protagonistas de sus tankas —poemas de métrica clásica, dos versos y catorce sílabas más extensos que los haikus— y ellas eran las metáforas de sus escenas de amor, de sus autorretratos solitarios, de sus intimidades atormentadas pero delicadas.

Aunque las leyendas la imaginaron especialmente desgraciada, ella no fue la única poeta de su tiempo —ni de las décadas siguientes— en sentar las bases de la literatura japonesa. En los siglos IX y X, fueron las mujeres quienes escribieron en el idioma que se les tenía permitido, en esa lengua mundana de los caracteres hiragana, y no en los kanji, importados del chino, con los que los hombres sí podían expresarse. Esa lengua suave, desdeñada y secreta del hiragana acabó siendo madre del japonés actual. Y así, casi sin quererlo, las mujeres que escribían diarios y cartas de amor, las que contaban intimidades y sentimientos desbocados, las que vertían tinta para contar sus mundos femeninos y ocultos, crearon algunas de las obras más importantes de la literatura clásica japonesa.

Qué destino más triste y a la vez más emotivo el de Ono no Komachi. Para hacernos una idea de cómo el tiempo trató su memoria, podemos acercarnos a un libro de reciente publicación que nos resume y nos acerca muy bien al personaje. Se trata de Los placeres de la literatura japonesa, de Donald Keene (Siruela). En este ensayo, el conocido estudioso de la cultura nipona nos presenta la producción literaria clásica a través no ya de sus grandes autores sino de sus grandes temas.

Ahí, cuando habla del paso del tiempo, es donde entra Komachi. Y ahí es donde gracias a Keene aprendemos que la poeta no sólo fue una figura literaria célebre, sino que, sobre todo, fue una especie de “musa maldita”. Una mujer que por ser demasiado bella acabó ganándose el odio de muchos hombres, y a quien, al envejecer, la vida trató con todo el desprecio con el que ella habría despachado a sus pretendientes. Donald Keene apunta a continuación el poema más célebre de Komachi, ese que dice “El color de las flores / se va desvaneciendo: / Así pasa mi vida, vanamente, / envuelta en tristes pensamientos / viendo caer las largas lluvias” y que para todos los críticos, incluido Keene, aborda el terror de la poeta ante su propia decrepitud.

Ya señalamos que el destino de Komachi no era sólo triste, sino también emotivo. Si bien según Donald Keene era común escuchar las historias de que la vieja poeta había muerto vieja, fea y sin compañía, y que su calavera podía encontrarse en el vacío, sola, pelada en una llanura de viento; también contaba la leyenda que cuando el aire se colaba por los ojos del cráneo de Komachi, sonaba una música lúgubre, muy poética.

En realidad, eso sí es justicia: incluso si la poeta había acabado su vida en las peores circunstancias, su voz lírica había sobrevivido en la música de su esqueleto roto, y lo que es más importante, en la música del recuerdo de sus versos, que la acabaron elevando con los siglos a un mito tan tangible, que su nombre no sólo ha servido para bautizar trenes, marcas de arroz o incluso festivales de poesía en templos dedicados a su honra. Además de todo eso, su apellido es hoy en Japón sinónimo de “belleza”.

Ono no Komachi es algo así como una Afrodita japonesa. Como una Safo bailando en círculos para atraer la felicidad y el empoderamiento del corazón femenino. Como un hada que conoció la fealdad y también el calor de la admiración y que, a pesar de lo que muchos podían creer, decidió quedarse con el horror.

Ahora que ha acabado la verdad y ha empezado la leyenda, sería bonito pensar que para Ono no Komachi era un regalo mil veces mejor el de pasar a la historia por su poesía y no por el hecho de que unos cuantos hombres, durante una tarde cualquiera de primavera, la creyeran hermosa.

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