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Artículo Lo más abyecto que Baudelaire nos enseñó sobre el amor Lit

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Lo más abyecto que Baudelaire nos enseñó sobre el amor

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(Baudelaire / Arte PG: Manuel Pastrana)
 

Escribió el poeta: «Pagadas [las mujeres], no tienen sino sufrir y callar, y si hay fracaso sensual por parte del cliente, ni se burlarán de ello».

Eudald Espluga

14 Febrero 2018 13:46

Charles Baudelaire dejó escrito uno de los consejitos de amor más bonitos que pueden leerse por San Valentín: “¡En el amor, guardaos de la luna y de las estrellas, guardaos de la Venus de Milo, de los lagos, de las guitarras, de las escalas y de todos los romances, del mejor del mundo, escrito por el mismo Apolo! Pero amad bien, amad vigorosamente, intrépidamente, orientalmente, ferozmente, a quien améis”.

Sospecharán, sin embargo, quienes conozcan la fama del poeta francés. Porque si bien es verdad que encarnó como pocos al dandi, al flanêur que ya con dieciocho años se paseaba por las calles de París "distraído, soñador, orgulloso, elegante", pronto su nombre será célebre por su existencia decadente.

¿Amar ferozmente? Antes de los veinte años, Baudelaire contrajo la sífilis. Fue casi un plan deliberado, una forma extrema de abrazar la propia autodestrucción. "La voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certeza de hacer el mal", escribió el poeta, y se dedicó a demostrar esta tesis con su propia biografía. "Larvas, cabezas de muertos, lésbicas, sarcasmos impíos, diabólicas ocurrencias, eróticos frenesíes, himnos al vicio, a Satanás, a la nada: todo esto ha sido introducido en el depósito de accesorios literarios con la etiqueta 'Charles Baudelaire'".

(Baudelaire / Arte PG: Manuel Pastrana)

Las flores del mal son el monumento que este anticristo con traje y sombrero legó a la posteridad. Un conglomerado de versos escritos a destiempo, trufados de experiencias, lamentos y recriminaciones. ¿Son su testamento sentimental? ¿El recuento de sus desamores? Esto es lo que se propuso explorar Camille Mauclair en Vida amorosa de Charles Baudelaire (WunderKammer ediciones), una biografía sentimental que escarba en sus poemas y diarios para discernir entre mito y realidad, para diferenciar entre hombre y leyenda negra. Algo especialmente difícil si se tiene en cuenta que "nadie se había deleitado tanto como el propio Baudelaire aumentando el número de habladurías, calumniándose y vilipendiándose, por un bizarro amor a la mixtificación, por una orgullosa amargura descarnada en descrédito de sí mismo".

¿Cómo fue realmente la vida amorosa de Charles Baudelaire? ¿Qué podemos aprender de ella? Y, especialmente, ¿en que no deberíamos imitarle?

1. Despreciar a las mujeres (porque odias a tu madre).

Decir que Baudelaire estuvo enamorado de su madre no es abusar de la retórica edípica, no es una metáfora: Charles Baudelaire estuvo enamorado de su madre.

François Baudelaire, su padre, era treinta y cuatro años mayor que su madre. Cuando murió, Caroline Archimbaud-Dufäys todavía no había cumplido los 30. Era una viuda muy joven que conoció a otro hombre, el comandante Aupick, con quien se desposará en segundas nupcias un año después de la muerte de su esposo. "Teniendo un hijo como yo", escribió el poeta, "mi madre no debería haberse vuelto a casar".

En noviembre de 1828, Baudelaire vio como su mundo se desplomaba. "La alcoba conyugal se cierra tras el primer abrazo, y mientras que la viuda de un viejo cortés conoce su verdadera noche de bodas, hay en la casa un niño intratable que se convulsiona con las torturas de un amor equivocado, solloza por su felicidad acabada, execra al intruso legal, execra a su madre, espantándose de sentir que la quieren más que nunca. La acusa, la maldice, le suplica, todo en la tortura de un silencio imposible de romper".

El odio despertado esa noche no se apagará jamás. Despreciará el amor antes de conocerlo, y sólo querrá relacionarse con mujeres para vengarse. Su misoginia es fundamental: quiere humillarlas y quiere que lo humillen.

2. Lanzarte a un espiral de autodestrucción y misoginia (porque eres impotente)

Es probable que la traumática relación con su madre no fuera la única causa de su misoginia radical. Cabe la posibilidad que Baudelaire fuera un "fanfarrón del vicio": "este hijo de viejo no tiene un real temperamento. Es un impotente. Es un erótico imaginativo. En el fondo podría vivir perfectamente en una castidad casi constante. Se figura que es necesario hacer el amor, y no siente necesidad fisiológica. [...] como no está en absoluto seguro de poder usar a voluntad su facultad sexual sin temer la vergüenza del fracaso, es como todos los seres nacidos con esta disposición humillante, este defecto de confianza en la manifestación de su potencia amorosa: es tímido. Es tímido orgánicamente".

(Baudelaire / Arte PG: Manuel Pastrana)

Tanto en el retrato que hace de la supuesta impotencia de Baudelaire, como en la descripción (física y moral) de las trabajadoras sexuales, se hace evidente que el libro de Mauclair fue escrito en 1927. El biógrafo entiende que hay una relación causal entre esta condición "humillante" y el hecho que Baudelaire solo quisiera conocer el amor carnal en los prostíbulos. Perseguirá a las mujeres que le parezcan más abyectas: "no hay que preocuparse por ellas. Pagadas, no tienen sino sufrir y callar, y si hay fracaso sensual por parte del cliente, ni se burlarán de ello".

El propio Charles Baudelaire sintetizará su "falsa filosofía del amor, fundada en el orgullo herida y la amarga pena", en una sola línea: "el amor es el gusto por la prostitución".

3. Fingir un suicidio para llamar la atención (y ganar dinero).

Su vida disipada indignó a su madre, pero especialmente a su padrastro, quien no sentía ninguna indulgencia por el poeta. Cuando supo que Baudelaire se había juntado con Jeanne Duval (y que le estaba pagando una vivienda), decidió cortarle el suministro de dinero: no permitiría que su fortuna fuera dilapidada para mantener a una "ramera mulata".

Jeanne Duval era una actriz que el poeta conoció por casualidad, y de quien se quedó prendado enseguida. En Las flores del mal la describe como una vampiresa: "tú, que entraste como una cuchillada / en mi pobre y dolorido corazón; / tú, que, fuerte como un rebaño / de demonios, viniste, loca y dispuesta, / a hacer de mi espíritu humillado / infame a la que estoy ligado / como el candado a su cadena, / como el juego al jugador, / como la botella al borracho, / como el gusano a la carroña, / ¡maldita, maldita seas!"

Para poder pagar las deudas que ha ido acumulando por culpa de este amor, Baudelaire tramó junto a su amante un falso suicidio. La "infame comedia" empezó con el propio poeta extendiendo el rumor entre amigos y conocidos: expresa con afectación el deseo de darse muerte. Una vez las habladurías cogieron consistencia, "envía a un amigo una especie de testamento recomendándole a su querida. Luego, en un cabaret de la calle Richelieu, delante de Jeanne y los asistentes, se da en el pecho un leve golpe de puñal. Se desvanece o finge un síncope. La policía llega. Le llevan a comisaria, entre papanatas. '¡Pobre hombre! ¡Parece ser que es poeta!".

4. Hacer la revolución por despecho (y con el fusil descargado)

Aunque la treta funcionó suficientemente bien, al poco tiempo el poeta volvió a verse enterrado en deudas. Duval le era infiel y se sentía más solo que nunca. Como explica Mauclair, "todo contribuía a helar más este corazón, helado ya por el orgullo, ulcerado por la decepción".

(Baudelaire / Arte PG: Manuel Pastrana)

En este estado llegó "a los febriles días que precedieron la revolución de 1848. [...] Baudelaire no entendía nada de política. Rechazaba la democracia y la burguesía, siendo un dandi y un artista." Solo sabía que odiaba a los militares, porque su padrastro era uno de ellos. La conclusión era inevitable: "erró, pues, por las calles durante la tormenta, la cabeza al descubierto, en blusa, con una estupenda corbata roja. Siguió a la multitud. Aprovechó el clásico saqueo de una tienda de armas para poderarse de un fusil de caza y de una cartuchera. Pero no cargó el fusil. En el fondo, se divertía, despreciando a los unos y a los otros. Todo lo veía a través de su rabioso aburrimiento, del humo del opio y del vino blanco. Se dejaba llevar con delicia a la excitación del desorden, de la demolición, de la venganza."

5. Idealizar a mujeres casadas (y mandarles a todas los mismos versos)

"No podemos hacer el amor más que con los órganos excrementicios", sentenció el francés, y fue esta galopante repulsa hacia lo físico que, al final de su vida, lo consagró al amor espiritual: "¿No hay algo esencialmente cómico en el amor, especialmente para los que no son aceptados?".

Se enamoró, por fin, de mujeres "dignas". Es decir: de mujeres que pertenecían a su clase social, que se comportaban según las reglas del decoro y que —no menos importante— eran blancas. Sin embargo, la dicha de sus allegados no fue completa: estas mujeres o bien estaraban casadas o bien desdeñaban su devoción adolescente.

A Marie X. —desconocemos su apellido— le escribió epístolas apasionadas, hablando de lo indecible de su amor: "Un hombre que dice: 'os quiero', y que ruega, y una mujer que responde: '¿amaros? ¡Yo! ¡Nunca! Uno solo es mi amor, desgracia para quien venga después de él, no obtendrá sino mi indiferencia, mi desprecio'.[...] Por usted, Marie, seré fuerte y grande. Como Petrarca, inmortalizaré a mi Laura. Sed mi Ángel guardián, mi Musa y mi Madona, y conducidme por el camino de lo Bello."

(Charles Baudelaire / Arte PG: Manuel Pastrana)

Sin embargo, la redención de Baudelaire no fue completa. Si bien su transformación parecía radical —¡el poeta maldito por fin rendido a los pies del ideal del amor romántico!— sus acciones desmentían las buenas intenciones: mandó estas mismas palabras inflamadas a distintas mujeres. En ellas, más que declaraciones sinceras, el francés ensayaba los versos que compondrían algunos de los poemas de Las flores del mal. "Sí, Baudelaire miente, se miente a sí mismo, y utiliza su prosa y su verso a dos fines, y es, por lo tanto, sincero deseando amar y ser amado de otro modo que lujuriosamente: se debate en una atroz confusión."

Es fácil comprobarlo. Basta con acudir al 'Soneto XLII', recogido en Las flores:

"Bien sea en la noche y en la soledad,

bien sea en la calle y en la multitud,

su fantasma danza en el aire como una bandera.

A veces habla y dice: 'Soy bella y ordeno

que por mi amor no ames sino lo bello:

soy el Ángel de la guarda, la Musa y la Madona".

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