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Opinion ¿Izquierda neocon? No todo lo que nos asusta es ultraderecha Lit

¿Izquierda neocon? No todo lo que nos asusta es ultraderecha

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Imagen: Arte
 

¿Izquierda neocon? No todo lo que nos asusta es ultraderecha

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'Identity', el último libro de Francis Fukuyama, nos permite advertir la existencia de una izquierda políticamente incorrecta que se siente cada vez más cómoda en el antiintelectualismo patriótico y nostálgico de los neocons

Francis Fukuyama ha vuelto. Como si fuera el antihéroe de una saga épica, el politólogo norteamericano ha sobrevivido a lo que suponíamos una destrucción intelectual segura, para regresar fortalecido, mejorado, quizá invencible. Lo ha hecho con un libro polémico, titulado Identity, con el que apunta al corazón de un debate muy caliente: el papel que la lucha por el reconocimiento de identidades ha jugado en la reconfiguración del espectro político occidental.

Aunque ambiguo y muy discutido, Fukuyama fue uno de los principales símbolos del neoconservadurismo norteamericano. Su defensa de una intervención militar en Irak para derrocar a Saddam Hussein permitió obviar que su libro clásico, El fin de la historia y el último hombre tenía poco que ver con el pensamiento neocon. Pero ese contexto hizo que su nombre quedara unido a una mezcla insostenible de neoliberalismo y neoconservadurismo que naufragó junto con la doctrina Bush.

Por eso, el "regreso" de Fukuyama es muy sintomático. Si bien nunca se había marchado —siguió publicando libros y revisando sus tesis sobre "el fin de la historia"—, el propio autor ha presentado Identity como un libro especial, escrito bajo la urgencia del presente. Y tiene sentido, pues la contingencia política actual invita a recuperar el programa securitario neocon: defender la sociedad del enemigo exterior —el invasor, el migrante, el bárbaro— y defenderla también del enemigo interior —las nuevas élites financieras, tecnológicas e intelectuales—.

Fukuyama apunta al corazón de un debate muy caliente: el papel que la lucha por el reconocimiento de identidades ha jugado en la reconfiguración del espectro político occidental

El problema es que quien hoy sostiene estas ideas ya no es el sector liberal-conservador —un sector que, como lamenta Anne Applebaum en un ensayo reciente, se ha pasado en bloque a la ultraderecha— sino una izquierda que, desde el patriotismo del movimiento Aufstehen de Sahra Wagenknecht hasta la defensa del Decreto Dignidad de Salvinini, parece sentirse bien con este esquema neocon.

¿Izquierda neocon? Una contradicción significativa

No hay acuerdo a la hora de definir el neoconservadurismo, pero Irving Kristol, uno de sus principales valedores, lo caracterizó como la doctrina de "los progresistas que han sido golpeados por la realidad".

Es una descripción bastante exacta, que nos permite entender por qué el oxímoron de una "izquierda neocon" puede ayudarnos a conceptualizar ciertas amistades peligrosas. Como se ha señalado en la literatura especializada, la relación del neoconservadurismo con el conservadurismo clásico es más bien inexistente. Su trasfondo filosófico es distinto, y quizá lo único que tienen en común es su naturaleza reaccionaria —ambos nacen como respuesta a una revolución cultural y política— y comparten una misma actitud basada en la seguridad, la tradición y la aversión a la incertidumbre social.

Es cierto que a lo largo de los años 90 el neoconservadurismo se asoció a la derecha norteamericana, a los valores de la iglesia —que no necesariamente de la fe— y al Partido Republicano, pero los principios que caracterizan la actitud neocon —sistematizados por el filósofo Ramon Alcoberro— exceden este contexto: ideología de la seguridad —defensa de la soberanía económica y política de la nación-; comunitarismo de base -basado en la familia o en las solidaridades tradicionales—; reivindicación de los buenos viejos tiempos —la sociedad que no había sido estropeada por el multiculturalismo y la tecnología—; menosprecio de las élites universitarias —los intelectuales son vistos como un peligro para la democracia— y realismo político —primero la comida, después las ideas—.

"Fukuyama ha vuelto pare decirnos que, si se produce el desastre, los intelectuales posmodernos que hablan de teoría queer serán tan responsables como los supremacistas blancos, Viktor Orban o el Frente Nacional."

No sorprende, entonces, que su diagnóstico coincida en parte con el que se hacía desde posiciones marxistas: el neoconservadurismo se forja en el rechazo a lo posmoderno, a la cultura pop y a la sociedad de consumo.

Las políticas de la identidad tras el fin de la historia

Es en este contexto que Francis Fukuayama pudo aparecer como un referente del pensamiento neocon. Desde la publicación de su artículo "The End of History?", en verano de 1989, se convirtió en una figura interesante para el Partido Republicano. Mientras que autores como Samuel P. Huntington pronosticaban un brutal choque de civilizaciones, Fukuyama concluyó que, con la derrota del comunismo, la historia —entendida en un sentido hegeliano, como lucha por el reconocimiento— había llegado a su fin. La deducción era gloriosa: con el fin de los grandes conflictos ideológicos se acababan las grandes guerras; la democracia liberal —economía de mercado, gobierno representativo y estado de derecho— se había impuesto como el único sistema político posible.

Como es obvio, su tesis fue discutida y ridiculizada, pues la realidad se empeñó en desmentirla una y otra vez. A Fukuyama se le echó en cara la Guerra de Irak, el 11-S, la crisis financiera o el nacimiento del DAESH, pero no ha sido hasta la publicación de Identity que el politólogo parece aceptar que quizá la historia no se ha terminado: con el nuevo libro, nos recuerda que en El fin de la historia y el último hombre dejó claro que el problema del reconocimiento —identidad, nacionalismo, religión— todavía no estaba resuelto.

Es por esta razón que hoy recupera el concepto de "thymos" —con el que Platón designaba la parte del alma que exigía el reconocimiento de la propia dignidad— para señalar que vivimos en un momento político "megalotímico" que amenaza el equilibro de mínimos que propone la democracia liberal. Trump, el Brexit, la izquierda identitaria o el giro antidemocrático de países como China, Rusia o Hungría son tratados bajo una misma óptica: la de las políticas de la dignidad y el resentimiento, que buscan ante todo el reconocimiento público universal de su superioridad.

Resumiendo mucho: Francis Fukuyama ha vuelto con una advertencia. Ha vuelto para anunciar que la historia puede ponerse en marcha otra vez. Ha vuelto para dejar muy claro que la preocupación por la identidad nos puede llevar a un desastre. Ha vuelto para decirnos que, si se produce el desastre, los intelectuales posmodernos que hablan de teoría queer serán tan responsables como los supremacistas blancos, Viktor Orban o el Frente Nacional. Ha vuelto, en fin, para encauzar el debate sobre identidad y lucha por el reconocimiento en las coordenadas filosóficas del pensamiento neoconservador.

Pero a la práctica, su retorno nos sirve para aclarar que no todo lo que nos asusta es ultradercha y fascismo. Por contraposición, Identity nos permite advertir la existencia de una izquierda políticamente incorrecta que se siente cada vez más cómoda en el antiintelectualismo patriótico y nostálgico de los neocons.

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