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Opinion Lo que estamos viviendo es el descenso a los infiernos de la democracia liberal Now

Lo que estamos viviendo es el descenso a los infiernos de la democracia liberal

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Lo que estamos viviendo es el descenso a los infiernos de la democracia liberal

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Por mucho que nos llenemos la boca de valores democráticos, en Italia se deja a subsaharianos a la deriva y en EEUU se enjaula a niños hondureños para separarlos de sus padres

En las últimas semanas hemos asistido a un espectáculo bochornoso en Europa y en Estados Unidos. Hace unos días, en la Italia controlada de hecho por el xenófobo Matteo Salvini se negaba la entrada a 630 migrantes a la deriva a bordo del Aquarius. Pocos días después, Salvini encargaba un censo de la población gitana en Italia. En el otro lado del Atlántico se ha conocido el verdadero rostro de la política de “tolerancia cero” con la inmigración de Donald Trump: al menos 2.300 niños, hijos de migrantes centroamericanos llegados a Estados Unidos, han sido separados de sus familias.

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Ambas realidades responden a una perversa estrategia para cumplir con promesas electorales que, en su momento, sonaban a risa por inverosímiles: decirles a los migrantes que se arrepentirán toda su vida de haberse metido en un barco en el Mediterráneo, porque será su tumba; que lamentarán el día que decidieron cruzar la frontera con Estados Unidos porque quién sabe si volverán a ver a sus hijos.

Esto está sucediendo en pleno 2018, en lo que se supone que tienen que ser los faros de la democracia, la libertad y los derechos humanos en el mundo: Europa Occidental (ojo, hablamos de Italia, no de Hungría) y Estados Unidos. Contra el optimismo racional que proclama que la civilización occidental ha alcanzado las máximas cotas históricas de desarrollo material y moral, choca de lleno la realidad de sus gobiernos. La democracia está realmente jodida si en el primer mundo pasa esto. Por muchos trudeaus y Sánchez que haya, el concepto de democracia liberal no puede ser tomado en serio mientras en Italia se clasifica en listados a los gitanos o en Estados Unidos se encierran a niños hondureños en jaulas.

Sin embargo, y de forma paralela, es en esas mismas sociedades donde surgen grandes movimientos transversales como Black Lives Matter, el MeToo (y, en general, el feminismo), los indignados, Occuppy Wall Street, el movimiento LGBTI+ o los movimientos por la autodeterminación. En dirección contraria, están desafiando el poder de sus gobiernos, que, en lo que parece el signo de una decadencia inevitable, sobreviven a golpe de burocracia y fuerza. La deriva que están tomando países como Italia o Estados Unidos solo muestra la obsolescencia de un sistema, que se defiende violentamente como un jabalí moribundo.

Frente a ellos, ante la ausencia de opciones políticas creíbles, los movimientos sociales, desde la izquierda al libertarismo, se legitiman cada vez más, abarcan a más gente y cuentan con el poder de la calle y la opinión pública. El pasado 8 de marzo, por ejemplo, el movimiento feminista inundó las calles de ciudades de todo el mundo. Ni el feminismo es la norma en los gobiernos de las democracias liberales, ni tampoco la acogida humanitaria de migrantes pobres y de otras razas que no sean la blanca. Por mucho que la sociedad tome las calles, las redes y los medios, por mucho que sea infinitamente más peligroso enfrentarse a una marea de opinión pública que a un tribunal, el poder real sigue estando en los despachos donde se toman las decisiones.

Igualmente, el poder duro de los gobiernos está condenado a la erosión del poder blando de la calle. Es solo cuestión de tiempo. Las ametralladoras pudieron con los seguidores de Ghandi al principio, pero la gente de Gandhi pudo contra el poder de todo un sistema al final. Sin ir más lejos, la reacción mundial contra la separación de familias ha provocado que Trump anuncie una medida para evitar que esto siga sucediendo.

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