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Así le robaron el fútbol los obreros a los pijos

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Las élites inventaron el fútbol para que los trabajadores mejorasen su productividad en la fábrica. El movimiento obrero, conquistando el fin de semana, le dio la vuelta a la tortilla

Ignacio Pato

03 Noviembre 2016 13:03

A las clases altas les salió el tiro por la culata. Fueron ellas las que impulsaron el fútbol como un vehículo civilizador del ocio de los trabajadores, alejándolos de la vulgaridad de la barra de un pub. Al ser además una actividad deportiva, las élites estaban seguras de que contribuiría a mejorar la salud —y por tanto la productividad— de los obreros.

Fueron exclusivas escuelas de rugby como Cambridge, Eton y Harrow, como recuerda ahora el sociólogo Kaspar Maase en el ensayo sobre la cultura de masas Diversión ilimitada (Siglo XXI), las que a mediados del siglo XIX codificaron las primeras reglas del fútbol. Sin embargo, algo falló y en la cultura popular británica quedó fijado un dicho para siempre: "el rugby es un deporte de villanos jugado por caballeros y el fútbol es un deporte de caballeros jugado por villanos".

Iba a haber divorcio social desde el principio.


Las élites impulsaron el fútbol para 'civilizar' el ocio de los obreros y mejorar su productividad en la fábrica. Pero les iba a salir el tiro por la culata




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Mientras en las escuelas toda la admiración se dirigía al arte del dribbling -el regate del rival-, los trabajadores se identificaban con el juego en equipo, duro y sin florituras personales. Transportaron la efectividad del trabajo industrial a la forma de jugar al nuevo deporte. Además, muchos equipos compuestos por futbolistas-obreros podían jugar partidos en ciudades ajenas gracias a colectas en sus centros de trabajo.

El dominio de los equipos con jugadores de las escuelas no iba a tardar en caer. El fútbol caló en las regiones del norte británico, allí donde hacía frío y se trabajaba —demasiado— duro, como Midlands, Yorkshire o Lancashire. De esta última iba a proceder la primera victoria de clase en el fútbol: en 1883 el Blackburn Olympic fue el primer equipo no procedente de las public schools que ganaba la FA Cup (el torneo más antiguo existente a día de hoy), y lo hacía precisamente a costa de los distinguidísimos alumnos del Old Etonians.

Muy pronto, los jugadores-obreros de las fábricas del norte comieron terreno a los estudiantes de las exclusivas universidades. Al dribbling de los segundos, los primeros anteponían el juego en equipo, duro y sin florituras personales



Además, a los obreros del Blackburn Olympic se les había pagado por jugar al fútbol. Los jugadores del primer club de la historia, el Sheffield FC, también habían sido pioneros en una reivindicación laboral: indemnizaciones para quien se lesionara jugando y por ello pudiera perder su empleo en la fábrica.

Se fue apagando el entusiasmo que por el fútbol se sentía en los ambientes educativos y burgueses. Los clubes industriales fueron ganando terreno y partidos. Pronto, el asunto del profesionalismo supondría un cisma social.

Contra la negación del ascenso social basado en el mero trabajo en la fábrica, el fútbol iba a suponer una ventilación para las condiciones laborales de muchos trabajadores. Porque el fútbol comenzaba a ser rentable, vendía periódicos y mucha gente estaba más que dispuesta a pagar una entrada por ver un partido en directo. Los 5 chelines que el Aston Villa había exigido a los espectadores en 1874 fueron solo el principio.


Comenzaron las reivindicaciones laborales, como el pago de indemnizaciones para los jugadores que se lesionaran y pudieran por ello perder su empleo en la fábrica



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Las recaudaciones crecieron y los equipos pudieron fichar jugadores, que a su vez podían percibir un salario. El fútbol actuaba para muchos como salvavidas: podían cobrar el doble que en la fábrica por un trabajo mucho más soportable.

¿Quién se oponía a la profesionalización de los futbolistas? No es una sorpresa. A los colegios de clase alta les seguía pareciendo que aquello se alejaba completamente del espíritu amateur que para ellos, con las necesidades cubiertas y el futuro asegurado, debía preservar el deporte. Muchos se retiraron a prácticas como la navegación, la caza, el remo y especialmente el tenis. Simplemente no necesitaban el dinero que el deporte les podía dar.


Las élites se opusieron a la profesionalización: ellas no necesitaban un dinero que el nuevo deporte comenzaba a dar y que salvaba del durísimo trabajo en la fábrica a los obreros futbolistas


A la fuerza —incluidas amenazas de dejar la Asociación y fundar una por su cuenta por parte de clubes como el invencible Preston North End de la región de Lancashire—, la Federación Inglesa tuvo que aceptar el profesionalismo en 1885. De lo convencidos de ese paso que estaban los jugadores habla a las claras una anécdota. Como la Federación Escocesa se resistía al cambio, muchos escoceses emigraron a equipos ingleses. Tantos que el primer campeón, el Preston North End, ganó el título alineando a diez scots.

No solo los mejores trabajadores podían escapar de la fábrica como futbolistas. Los menos dotados podían hacerlo como público gracias a las conquistas sindicales. El fin de la jornada laboral el sábado al mediodía fue el origen de los fines de semana tal y como los conocemos ahora, entonces llamados en Europa "la semana inglesa" con admiración.


Los obreros que no jugaban podían disfrutar del fútbol gracias a las nuevas conquistas sindicales: el fin de la jornada laboral el sábado al mediodía fue el origen de los fines de semana actuales, entonces llamados en Europa "la semana inglesa" con admiración




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Para las élites, aquello era poco menos que el demonio. Se presentaban fines de semana con cientos de partidos por toda la isla, con participación de los 'embrutecidos trabajadores, apostadores, blasfemos y seguramente también alcoholizados'. La prensa más respetable comenzó a hacerse eco de las peleas que había alrededor de los partidos. En efecto, había nacido el fantasma del hooliganismo y ni siquiera había comenzado el siglo XX.

Pero esta vez las clases dominantes iban a perder. El movimiento obrero británico lucía músculo desde hacía décadas y su orgullo de clase incluía la elevación del fútbol a deporte nacional.


Desde las clases dominantes se comenzó a hablar de las peleas alrededor del fútbol por parte de las embrutecidos, apostadoras, blasfemas y alcoholizadas clases bajas. Había nacido el fantasma del hooliganismo


Iban a tardar casi un siglo las élites en recuperar el fútbol en el país. Esta vez la jugada fue perfecta: acusadas de generar inseguridad con la coartada de la agresividad hooligan, el gobierno de Margaret Thatcher fue arrinconando a las capas más populares para entregarle el fútbol a emprendedores y clases medias que podían venderlo y comprarlo con menos miramientos.

Los estadios, catedral del ocio obrero por décadas, pasaban a ser centros comerciales ultravigilados. Pero esa es otra historia.

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