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Artículo Cómo hablar bien de fútbol sin ser simple ni pedante Sports

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Cómo hablar bien de fútbol sin ser simple ni pedante

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Paul Gilham / Getty
 

El filósofo Simon Critchley recurre a Nietzsche, a Brecht, a Apolo y a gritar muy fuerte para defender el fútbol y a sus hinchas

Ignacio Pato

19 Mayo 2018 06:00

Sin detenernos en pedanterías que poco favor le harían a esos libros, las tres últimas obras de Simon Critchley traducidas al castellano valen mucho la pena. Son el ensayo Apuntes sobre el suicidio, la novelita El teatro de la memoria y ahora En qué pensamos cuando pensamos en fútbol (Sexto Piso, 2018), una serie de reflexiones sobre fútbol. Pues claro, un filósofo hablando de fútbol.

Hablando bien. Y no solo de fútbol, sino que hablando bien, o muy bien, de los hinchas.

El truco es viejo: Critchley sabe de lo que habla y respeta... pero no romantiza. No lo hace cuando reconoce que este, deporte colaborativo como él solo, tiene un "sumidero de corrupción autocrática" en su vértice organizativo. Y por supuesto toca hueso cuando no esquiva lo que él llama repulsión del aficionado hacia el juego y hacia sí mismo, ese reconocernos, aquellos a quienes nos apasiona el fútbol, en un análisis crítico, como participantes de un potencial sedante social en manos de empresas que anteponen negocio a identidad. O como soldados de un nacionalismo banal en caso de las selecciones, por ejemplo.

No falla Critchley cuando habla del fútbol como de un deporte que obliga a meditar, que sume al hincha en un trance de noventa y pico minutos dictado por el flujo de un juego que en la cabeza del futbolista, del entrenador y del espectador se presenta a cada segundo como reto: el de prever lo que sucederá a continuación. El fútbol es en ese sentido un perfecta y paradójica sinfonía de leyes físicas y de azar endiablado. Es por eso por lo que un 0-0, decía Gianni Brera —el periodista italiano que conceptualizó el catenaccio, y recoge Critchley y nosotros con él—, puede ser un partido ideal. En otras palabras, es buen momento para desterrar de una vez el mantra de que el fútbol defensivo no es fútbol: denostar una parte tan fundamental del juego como la estrategia y apoyos defensivos entre tus propios jugadores es lo que no le hace justicia al fútbol. Lo contrario sería algo tan absurdo como que a alguien a quien le aburriesen todas las películas que no fueran 2 fast 2 furious dijese que lo que le gusta es el cine en general.

Los conceptos de apolíneo y dionisiaco que usó Nietzsche para describir los dos componentes del drama antiguo en El nacimiento de la tragedia también le sirven a Critchley para hablar de fútbol.

Uno es relativo a Apolo y a la belleza, a la perfección de la forma; mientras, Dioniso trae el arte, esa comunión, el jolgorio que genera embriaguez, el éxtasis. Critchley habla del juego como del componente apolíneo del fútbol y de los cánticos (y por lo tanto la presencia activa) de los aficionados como del componente dionisiaco que sublima el conjunto. Un partido de fútbol sin hinchas, asegura el filósofo británico, es un "error categorial" que carece de sentido.

Por el contrario, el crush entre juego y ambiente, entre jugadores y aficionados, puede contar con ejemplos extraordinarios como el muro de sonido con el que la afición del Leicester acompañó su título de liga, el aplauso islandés en la Eurocopa, el Giggs will tear you apart de los fans del ManU o Un giorno all'improvviso a falta de cinco minutos para el final en San Paolo.

Otro ejemplo de Critchley: la final de la Eurocopa entre Francia y Portugal, a la que asistió con su hijo. Su mejor recuerdo es "el canto complejo, constante y coordinado de los 15.000 hinchas portugueses que se encontraban en la grada de gol a nuestra izquierda". El británico lo describe como "una fuerza unificada, compacta y colorida, en contraste brutal a la sosa repetición del 'allez les Bleus' que gritaban los seguidores franceses". Tampoco olvida Critchley la plaga de polillas que hubo en aquel partido, fruto de haber dejado la luz del estadio encendida toda la noche en alerta terrorista. Famosa es la imagen de una de ellas posada sobre un yacente Cristiano Ronaldo mientras este se retiraba lesionado. Vete a explicarle a una polilla qué razones de geopolítica la habían llevado aquella noche al primer plano de todas las televisiones del mundo. El fútbol, ya sabemos, capítulo 32476, no se juega en el vacío social.

Pocos públicos menos banales que el del fútbol, de hecho. Bertolt Brecht —recuerda Critchley— quería romper con el público burgués tradicionalmente asociado al teatro. Poco le incomodaba más al alemán que ese consumidor —en castellano se le suele incluso nombrar como parte de el respetable— que llega, se sienta en su butaca y recibe la obra de manera pasiva. Lo que quería Brecht era un público de espectáculos deportivos de masas como el fútbol —o el boxeo de la era clásica—, sin cuarta pared y acostumbrado no a ver sino a formar parte de. Seres humanos con capacidad de influencia en la acción; influenciables por ella también.

Brecht quería un público apasionado, informado y sin miedo de posicionarse. Atrás había un mundo de convencionalidades burguesas que aplastar. Jamás habló de hinchas de la revolución, pero vaya.

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