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Artículo El buen salvaje y la Copa del Mundo de la Generación Z Sports

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El buen salvaje y la Copa del Mundo de la Generación Z

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Una lectura política de los gritos de Liberté, égalité, Mbappé y de la primera alegría colectiva e identitaria de la generación Bataclan

Ignacio Pato

16 Julio 2018 11:55

La alcaldesa de Bondy, la socialista Sylvine Thomassin, reconocía ayer a El Periódico que el el talento de Mbappé se ha desarrollado en el "sólido contexto familiar" en que ha crecido. Thomassin decía que “De lo que más orgullosa estoy es de que este chico es y será una buena persona, un hombre con valores que representa magníficamente a los jóvenes de la banlieue de los que a menudo solo se habla mal. ¿Sabes lo me decía ayer un chico? Van a hablar de nosotros sin decir que somos gentuza. Solo por eso le damos las gracias a Kylian”.

En Bondy -8 kilómetros al este de París, en el distrito de Seine-Saint Denis, 19% de paro frente al casi 9 nacional- se gritaba ayer "¡Viva Kylian, viva la República, viva Francia!". Mbappé, de 19 años, no solo ganó ayer la Copa del Mundo. También materializó -no por voluntad directa- su conversión a eficaz antiedad de un régimen político de 226 años de antigüedad. Las juventudes de Emmanuel Macron cambiaban a la vez de gurú y pasaban a llamarse Jeunes avec Mbappé. Ni siquiera tenían que retocar las siglas.

Fue poco antes de que el propio Macron les llevase a los jugadores, en plena celebración, a un soldado francés herido en Mali. Allí fue dado por muerto pero Macron quiso que los futbolistas se fijasen en su sonrisa, aunque esta no fuese tan fotogénica como la que a Mbappé le ha valido el apodo de la tortuga ninja Donatello. "Cuando le vi hace unos días, me dijo que a quien más admiraba -el militar- era a Didier Deschamps", dijo el presidente francés. Los jugadores vitorearon la escena y Pogba lanzó un "Bravo, bravo, la République, la République!".

Otro ejemplo de buen francés puesto a circular por Macron fue, hace menos de dos meses, Mamadou Gassama. Si su nombre no dice nada es porque en el imaginario colectivo se parece más al "inmigrante Spiderman", al "superhéroe" que escaló un edificio para rescatar a un niño en peligro. Cinco pisos fue una altura suficiente para obtener la ciudadanía francesa.

Gassama y Mbappé son hoy dos buenos franceses porque han demostrado serlo. Está claro que ambos son casos distintos, el futbolista ya nació "con papeles". Sin embargo, ambos han tenido que darle algo a Francia para entrar de pleno en un sistema político que conecta derechos sociales a un acatamiento de determinados valores. "Les gusta [el tenista] Yannick Noah pero para eso tiene que ganar torneos", cantaba el grupo de Toulouse Zebda hace ya muchos años. Su cantante Magyd Cherfi, hijo de argelinos, decía que "Cuando te llamas Rachid, Magyd o Karim tienes que estar probando constantemente que eres un buen francés. Cuando Rachid, Magyd o Karim hace algo positivo, decimos que se integra. Si se llama François, decimos que tiene éxito". Muy francesas son también las traslaciones más populares del mito del buen salvaje: Rousseau y el caso real de Victor de Aveyron, un niño encontrado a finales del siglo XVIII que François Truffaut llevó al cine. En L'enfant sauvage, la primera palabra que pronuncia Victor tras muchas negativas y revueltas es "leche". No le queda otra: el maestro que intenta socializarle no se la daba si no conseguía pronunciarla.

La lección que nos deja el éxito de la Francia de Mbappé es que r​​​​​enta ser buen chico, dedicarse a trabajar, no meterse en líos y, por supuesto, triunfar en lo tuyo. El deporte, seguramente junto a la música pop y urbana, sea la ventana más abierta para entrar en lo aceptable desde los márgenes. Y Francia, el país que al margen de Estados Unidos donde mejor se ve cómo queda fijado en el imaginario colectivo cada tipología de triunfador desde abajo: por un lado, Mbappé o MHD, el exrepartidor que conquistó a todos a ritmo de afrotrap; por otro Karim Benzema fuera de esta selección o Sofiane, hijo de la Cabilia en Saint Denis que reúne a 20.000 personas en pleno Argel o hace un feat con el nuevo grupo de Gipsy Kings.

Cientos de miles de personas han salido a las calles francesas a festejar la Copa del Mundo. Casi todos los titulares de prensa hacen hincapié en los orígenes mestizos de Les Bleus. Como en el 98. Para muchos jóvenes, seguramente había que dejar de contar ya historias del siglo pasado. ¿Es esta la black-blanc-beur de la Generación Z? Y, ¿qué podemos esperar de ella?

Para los aficionados nacidos en este siglo, Maradona es un meme, Ronaldo Nazario un gordo simpático y Zidane un entrenador elegante. Es una generación en proceso de desmitificar a Cristiano o Messi porque más pronto que tarde van a ver su declive. Mbappé, por edad, irrupción y trayectoria inmaculada -el francés todavía no ha protagonizado ningún episodio ridículo- le ha ganado la partida a Neymar como primera gran estrella Z. Cuando en los Campos Elíseos gritaban Zidane président, Mbappé no había nacido, pero hay otra lectura si comparamos las edades triunfales de ambos: con la edad de Mbappé, a Zidane aun le faltaban tres añazos para debutar con la selección.

El éxito de esta Francia, la tercera selección más joven del Mundial, nos habla de urgencia. Quizá también de cierta ansiedad. Hace menos de dos meses El Rubius anunciaba que se tomaba un descanso porque no estaba bien. "Vivo en una montaña rusa", reconocía. También que lo intentaba "tapar todo siempre con humor". Cada vez más nervioso, bajones tras los directos, sensación de desmayo. La ansiedad es en España el problema mental más citado por delante ya de la depresión.

Ansiedad. Que ocurra ya. Que Francia deje de ser racista y clasista de un domingo por la tarde a un lunes por la mañana porque su selección, plagada de no-blancos y con muchos jugadores que tampoco vienen de buenos barrios, hayan ganado la Copa del Mundo. Es cierto que el mundo parece hoy correr más rápido que en 1998, no menos cierto que ambas selecciones francesas ganadoras, aquella y esta, parecen versiones aproblemáticas de la cuestión de las banlieues, de la igualdad de oportunidades laborales o de la irresuelta tensión identitaria de Francia consigo misma.

Es la primera vez que la Génération Bataclan vive una alegría que es a la vez colectiva y por tanto identitaria. Se han encontrado en las calles para gritar Liberté, égalité, Mbappé y no para mirar al suelo o a otros buscando consuelo.

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