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Si Trump puede, cómo no va a poder Oprah

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Fuentes cercanas a la presentadora confirman que se plantea presentarse a las elecciones de 2020 para quitarle la presidencia a Trump. Pero, ¿solucionará su candidatura los problemas de EEUU?

A.P.G.

09 Enero 2018 16:15

¿Oprah Winfrey presidenta? El carismático y luminoso discurso de la popular presentadora y empresaria Oprah Winfrey en la 75º ceremonia de los Globos de Oro ha despertado una ola de apoyos y simpatías en Estados Unidos. Antes siquiera de que Winfrey volviera a su butaca, muchos usuarios de Twitter ya la postulaban como una potencial candidata demócrata para desafiar a Trump en el 2020. Twitter como ese lugar de fantasía en el que todo es posible. Y como esa especie de bola que se va haciendo gorda y lo arremolina todo.

Pero resulta que lo de Oprah ya no es tan chifladura.

En las últimas horas, al menos dos personas de su entorno han confirmado que “lo está sopesando seriamente”, de modo que los rumores de su salto a la política —algo que, por cierto, no es nuevo del todo en ella— parecen estar ahora estar tomando forma. Incluso Time’s up, el mensaje que llevaron en la solapa muchas de las actrices para denunciar el acoso y la discriminación en Hollywood y que Winfrey elevó a su máxima potencia en su discurso, suena en su voz al ideal eslogan político.

Recapitulando un poco: Oprah Winfrey nunca ha cerrado las puertas a dedicarse a la política y estuvo íntimamente ligada a la campaña de Obama. Un estudio de la Universidad de Maryland, de hecho, señala su importante influencia, afirmando que el apoyo de Winfrey sumó a la postulación de Obama cerca de un millón de votos. En una entrevista en Bloomberg en marzo ella misma reconocía en tono cómico que [con Trump en el poder] parecía claro que tampoco se necesitaba demasiada formación para ser política. “Yo nunca me había planteado esta idea, ni siquiera como posibilidad. Pensaba que no tenía la experiencia ni los conocimientos. Pero ahora pienso y... “oh”. Luego, risas. Otro artículo del New York Post de septiembre de este año ya señalaba a Oprah como “la gran esperanza de los demócratas. “Necesitas un ladrón para atrapar a un ladrón, necesitas una estrella para intimidar a otra estrellar”, sugería el artículo. Resumen: que necesitas a una Oprah para desbancar a Trump. Que si Trump puede, cómo no va a poder Oprah.

Antes siquiera de que Winfrey volviera a su butaca, muchos usuarios de Twitter ya la postulaban como una potencial candidata demócrata para desafiar a Trump en el 2020. Twitter como ese lugar de fantasía en el que todo es posible

El planteamiento tiene sentido: solo alguien que habla desde el mismo escenario que Trump puede significar un rival real. Oprah es tremendamente influyente, millonaria y su actividad se extiende y precede a la de la actividad política, que en realidad es nula o muy limitada. Es fácil establecer esos paralelismos: ambos personajes ultramediáticos con imperios suficientes para avalar su aventura política. Algunos críticos se han aventurado a anticipar que esto supone el debacle de la política, el colmo de la banalización y el empobrecimiento intelectual de la carrera de los demócratas, el adiós para siempre a otros de la talla de Sanders. La representación última de la política norteamericana como un gran y bochornoso reality show. Algo así como: menos celebrities y más políticos de verdad.

¿Pero qué es un “político de verdad”? En primer lugar, equiparar a Trump con Oprah —por su proyección, apariciones televisivas, influencia y patrimonio— es acertado en términos puramente cuantitativos. Pero nada más: lo que hace a Trump repulsivo no es su falta de formación o experiencia política ni su pose televisiva. Lo que hace a Trump repulsivo es todo lo demás. Esgrimir la falta de formación política como argumento es clasista.

“Es una idea terrible y subraya en qué medida la era Trump — de venerar a las celebrities y repudiar la experiencia— ha infectado nuestra vida política”, apunta el New York Times en un artículo titulado Oprah, don’t do it. Si Oprah es candidata será vista por parte del electorado, como una figurante, mediocre, que se une al circo alucinatorio de Trump de jugar a hacer cosas y crear o derogar leyes.

Y más allá del programa The Oprah Winfrey Show —en emisión durante más de 25 años—, su apoyo a la campaña de Obama, no sabemos más de Oprah como sujeto político, como candidata. No conocemos qué tipo de propuestas tangibles plantearía, hacía dónde y cómo enfocaría su campaña y, sobre todo, las expertas escogidas para rodearse, un asunto capital para valorar la oportunidad y aptitud de un candidato o candidata, sobre todo de aquellos surgidos de la nada y entre bambalinas.

No importa que Oprah no tenga ni idea de política internacional, importa que se rodee de las personas adecuadas. Si Oprah plantea un programa estimulante y tiene la potencialidad de desbancar a Trump, bienvenida sea. No será la mejor candidata, pero hasta cuándo vamos a juzgar la potencialidad de las mujeres como “un todo completo e infalible, o nada”. Ese Oprah, don’t do it (Oprah, no lo hagas) es paternalista. Oprah puede hacer lo que le de la gana del mismo modo que tantísimos hombres blancos mediocres han hecho lo que le ha dado la gana durante tanto tiempo. Que Oprah sea una estrella televisiva no la hace muy diferente a Reagan, que venía del mundo del cine; o al actor Arnold Schwarzenegger, gobernador republicano de California: o al televisivo Beppe Grillo, líder del movimiento Cinco Estrellas en Italia. No he leído ningún artículo que diga Schwarzenegger, don’t do it.

El problema con Oprah

Oprah denunció en su discurso el acoso a las mujeres, la discriminación, recordó a las mujeres negras y homenajeó a Recy Taylor, una mujer negra que en 1944 fue secuestrada por seis hombres blancos nunca condenados. El discurso de Oprah es clave para la visibilización de las mujeres negras, la denuncia del machismo y para la inspiración de un montón de niñas. Pero el premio honorífico de Oprah no se puede leer como el ejemplo de que todo es posible: de que la comunidad afroamericana puede “triunfar” si se lo propone como se supone que sí ha hecho Oprah, de origen humilde.

Oprah ejemplifica el sueño americano y su discurso es completamente neoliberal. Es ahí donde subyace el principal problema.

En realidad, es ahí donde subyace el principal problema. Oprah es la ejemplificación del sueño americano, sí. Y su discurso, completamente neoliberal. El libro Oprah Winfrey and the glamour of misery de Eva Illouz analiza el talk show de la presentadora e intenta explicar cómo este se dirige a su audiencia, esencialmente femenina, a partir de discursos de autoayuda y experiencias de éxito personales. Oprah da propuestas naif para sobrellevar una vida en sociedad alienada y profundamente desigual, pero no se encarga de analizar las verdaderas causas de esa desigualdad. La meritocracia como bandera. Pero Oprah debería saber que la meritocracia es un mito y que su experiencia personal representa un porcentaje minúsculo entre las realidades de millones de mujeres afroamericanas. Y no porque no lo hayan deseado lo suficiente o porque no hayan trabajado desesperadamente para conseguirlo. Simplemente porque la desigualdad y la discriminación de clase, y género, asfixia, ahoga e impide.

Ojalá una Oprah con conciencia de clase, digo. Con verdadera conciencia. Que más allá de discursos frente al star system entienda que la desigualdad y la discriminación es un problema sistémico y profundo que no se soluciona con eslóganes pegadizos y carisma. Ojalá entienda eso, que la discriminación se combate con medidas y leyes efectivas que apuntan a los privilegios de unos. Que no somos nada, como individuos, si no lo hacemos desde lo colectivo.

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