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La dolorosa paradoja del adiós de Torres

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Como pasa a veces en las mejores relaciones, en la de Torres con este competitivo Atleti había más cariño que futuro

Ignacio Pato

10 Abril 2018 13:45

Primero, el escudo. Después, el estadio. Ahora, Torres. Aunque nos duela admitirlo, hay un Atleti que se muere. Que ya solo estará en nuestra memoria, por mucho que nos resistamos a ello.

Y mucho más duele verbalizar lo siguiente: las tres despedidas duelen por igual, pero solo las dos primeras son objetivamente un cambio a peor. Repito, duele. Es Torres. Torres.

Cada vez que salía Torres, en los últimos meses, todos teníamos un deseo: que marque. Daba igual que fueran partidos decididos. Si marca, se encontrará más confiado, pensábamos. Jugará mejor. Encontrará un círculo virtuoso. Queríamos hacer homeopatía futbolística.

Superado en sprint, fallando una ocasión o sin poder ganar la posición en un córner, era Torres. El Niño. Fuenlabrada. Atleti. Un You'll never walk alone dicho en Liverpool que sabíamos que era para nosotros. 45.000 personas llenando el Calderón solo para verle volver.

Lo que tenía que estallar estalló en un día tonto, en una previa de partido contra el Copenhague. Un periodista preguntó y repreguntó a Simeone si haría todo lo posible para que Torres siguiera el año que viene y Simeone dijo que no. Que no. Que los símbolos por sí solos no marcan goles.

Es la paradoja atlética. Nos quedan Koke -cuya propiedad en parte es de un fondo de inversión- o Gabi -a cuyo retiro práctico contribuirá el fichaje de Rodri-, pero Torres era el último gran vínculo con la herencia rojiblanca. Con un romanticismo que al Cholo, aunque sea atlético como el que más y lo primero que hiciera al llegar hace ya seis añazos fuera poner redes rojiblancas en las porterías del Calderón, le vale de poco. Con sentimentalismo se puede levantar gradas, pero no siempre ganar títulos. Y este Atleti va de ganar. Y decir esto duele porque es Torres.

Intentamos quitarnos de la cabeza la idea de que es una marcha forzada porque no queremos elegir entre Torres y Simeone. Entre mamá y papá. Intentamos espantar la idea de que para disputarle todo a los grandes vale más un mal Griezmann que un buen Torres. Intentamos no pensar que ya no hay buen Torres. Y duele escribirlo.

Porque Torres es el Atlético de Madrid. Siempre lo fue, siempre lo será. Y duele, pero aquí, como pasa a veces en las mejores relaciones, había más cariño que futuro.

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