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La esclavitud laboral de la FIFA ya juega su mundial

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1.600.000 trabajadores construyen los estadios de Catar 2022. De ellos, 640 tienen una extraña oportunidad: escapar de allí jugando mientras lavan la imagen de las empresas

Omar Naboulsi

06 Abril 2018 08:32

Más de 7.500 personas llenando el estadio Al Duhail de Doha. Ministros, jeques y empresarios multimillonarios en las gradas. Xavi Hernández como embajador de lujo del torneo.

No es ninguna competi de celebrities, tampoco un All Star de la Qatar Stars League. Hace un par de semanas se jugó la final de la sexta edición de la Workers Cup, todo un evento mediático en el país árabe. En este torneo han jugado 640 jugadores divididos en 32 equipos, todos ellos trabajadores de las empresas que se encargan de organizar y construir las instalaciones del Mundial'22.

Las mismas empresas que han sido denunciadas por violar los derechos humanos de sus empleados utilizan esta competición desde 2013 para mejorar su imagen de cara a la galería con la complicidad del Comité Supremo de Entrega y Legado -organismo organizador del Mundial- y de la propia Liga Catarí.

El documental The Workers Cup, que será proyectado este domingo en el Festival de Cine de Fútbol Off Side, muestra la difícil situación de estos jugadores.

La pieza se centra en el equipo de la constructora GCC -Gulf Construction Company-, formado en su mayoría por hombres africanos y asiáticos, que compitió en la edición de 2017.

Tal y como denunció en su día la Federación Holandesa de Sindicatos, más de 1.600.000 trabajadores migrantes viven bajo el umbral de la esclavitud en las obras del Mundial. Trabajan de sol a sol los 7 días de la semana a cambio de un salario ínfimo, viven en campos acondicionados para llevar una rutina digna, pero apenas pueden salir de ellos. Si le piden días libres a sus jefes obtienen una carcajada como respuesta, o son despedidos directamente.

Decenas han muerto en las obras y algunos han optado por el suicidio o la agresión a sus compañeros, esperando que les deportaran.

En el documental vemos a varios jugadores reflexionando sobre el significado de la palabra libertad, llegando a la conclusión de que disfrutaban de ella en sus países de origen -Kenya, Ghana, Nepal o Bangladesh- y que ahora solo están acatando las normas de la "esclavitud moderna".

Muchos pagaron comisiones a agencias de empleo o a intermediarios para conseguir el puesto, pero fueron engañados con respecto a las condiciones laborales.

Es el caso de Kenneth, capitán del equipo. A sus 21 años le pagó a su representante 1.500 dólares para que le consiguiera una prueba con algún club catarí. Al llegar al país le contaron que había conseguido un trabajo como obrero, nada de futbolista. Aún así, le seleccionaron para jugar la Workers Cup. Sabe que es un privilegiado, ya que los miembros del equipo pueden librar unas cuantas horas a la semana para entrenar y jugar los partidos. Él y David -otro joven africano-, las estrellas del GCC, tienen la esperanza de que algún ojeador les dé una oportunidad en su club.

Todos los integrantes del equipo viven la experiencia con mucha pasión. Es su única vía de escape, aunque son conscientes que están siendo utilizados por las empresas.

No todos son tan jóvenes como Kenneth. Otros ya han entrado en la treintena y trabajan en la construcción del Mundial para mandar dinero a su familia y poder construirse una casa cuando el "infierno" -así lo llaman en repetidas ocasiones durante el documental- de las obras termine.

Llama la atención el caso de Samuel Alabi, un portero ghanés que jugó en diversas categorías de la selección nacional y que llegó a estar en la primera división del país.

Decidió trabajar en el Mundial para poder enviar dinero a sus padres, ya que con el fútbol no podía hacerlo. Su familia cree que salió del país para jugar a fútbol, desconoce que es un obrero. Gracias a su llegada al campo de trabajadores, GCC llegó a semifinales y fue elegido mejor portero de la Workers Cup.

Tras la derrota del equipo a las puertas de la final, aparecieron problemáticas internas agudizadas por la precariedad laboral y la tensión entre los trabajadores. Varios asiáticos salieron a la palestra para decir que los africanos tenían favoritismo en el equipo. Eric, uno de ellos, rompió entre lágrimas denunciando que un compañero nepalí le había dicho en repetidas ocasiones "que se volviera a la selva" por haber fallado una ocasión de gol.

El racismo solo aparece en incidentes aislados, ya que se mezclan muchas nacionalidades en un mismo barracón. Sea cual sea su origen, todos ellos comparten la misma frustación: quieren ver a las mujeres, ya sean sus esposas, madres o amigas. En el campo no trabaja ni una, así que solo pueden hablar con ellas por chat. Incluso algunos de los trabajadores agregan a chicas que trabajan como sirvientas en Doha e intentan escaparse para tener una cita.

Quizá ellas, junto al fútbol, sean las únicas que les hacen sentirse libres por unas horas.

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